Tuesday, June 06, 2006

orgullo de poeta

Viejo, mal afeitado, entra con la cabeza gacha y canosa mostrando pocos pelos y desordenados. Sujetando un bastón, sortea a los pasajeros dejando unos pedazos de papel en rodillas distraídas, trocitos a los que nadie hace caso. Algunos incluso se molestan. Otros los miran de reojo con curiosidad fingiendo que no los quieren leer. Yo estoy depié y a mí no me toca, pero se ve por la forma de lo que está escrito que son poemas. Mecanografiados en alguna máquina obsoleta y fotocopiados una y otra vez. Luego los recoge con cierta rabia. Una persona le da algo y se queda el papel. Llegamos a la estación y el mendigo cambia de vagón. Llegamos a otra estación y veo cómo el papelito pasa, por gracia del viajero, del asiento a la papelera del andén. Ahí va el papel, ahí va el poema, ahí va incluso la firma del poeta que aunque pobre, personaliza su obra por si algún día llega a pasar a la posteridad, aunque de momento sólo pase a la incineradora de las afueras de una ciudad que quema lo que rechaza.

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